Esto fue escrito, en un ratillo de broma y buen humor, hace mucho tiempo. Exactamente tiene fecha de Marzo de 1990, aunque tal vez su primer borrador fuera aún anterior
-----------------------------------------------------------------------------------------------
Yo iba buscando una cosa práctica, adecuada para día tan señalado, y que, además, me fuera útil para otros tiempos que hubieran de venir después. Era preciso que fueran blancos, claro está, un poco más altos de lo normal, dada la ocasión, pero no demasiado, porque, a la vez, los desaba cómodos, llevables, suaves y fuertes al tiempo. Que se fueran haciendo poco a poco a mis hechuras, que yo me habituara facílmente a ellos.
Busqué concienzudamente. No elegí a ciegas; probé bastantes antes de decidirme. No los quería sólo para un día, no eran para un mero trámite.Tendrían que durar y pretendía conservarlos para siempre, andando los años, como una maravillosa reliquia, testimonio de una fecha memorable. Por eso miré tanto antes de decidirme. Yo, además, consideraba que sabía bastante bien lo que quería. No era preciso que fueran fascinantes ni fastuosos, ni epatantes, ni modelo exclusivo, ni de ensueño...No; yo quería algo discreto, amoldable, por los que pudiera llegar a sentir ese afecto peculiar e intenso que sentimos por las cosas muy usadas y especialmente familiares: una pluma antigua, un viejo y mil veces releido libro, un cuaderno que guardamos desde la infancia...un testigo o, más aún, una parte de nuestra vida más personal.
Y busqué y busqué....y ciertamente tardé bastante en decidirme. Claro que tampoco tenía demasiada práctica , pues nunca fui consumista más allá de lo aceptable y siempre me manifesté comedida y prudente.Por otra parte, ellos eran casi la única novedad que iba a tener en aquella nueva situación, lo demás sería todo de prestado. Sólo ellos serían de mi elección y gusto propio.
Los busqué por todas partes y, finalmente, los ví. Y me decidí: breves, delicados, discretos pero con encanto, prácticos y a la par tiernos...; sí, estaban dotados de cierta ternura.
El primer día se acoplaron a mí como un guante. En honor a la verdad, he de decir que durante la ceremonia apenas podía notar su presencia salvo por su calor, su suave protección pese al frío reinante. Yo los miraba desde mi altura ( escasa, ciertamente) y pensaba:" son especiales, delicados, sencillos...serán un símbolo para lo que me quede de vida; cuando sea viejecita los miraré, como ahora, y mis ojos errarán nostálgicos..."
Pero en los días posteriores, y pasado algún tiempo, intenté ponérmelos . Ya no era igual la cosa; algo estaba cambiando. Primero empezaron a rozarme un poco en los laterales; poco después la opresión en la parte de atrás fue a más, y el dolor de los dedos llegó a ser en acasiones insoportable. Yo lo intenté, me resistía a aceptar que no pudieran hacerse a mí. Pensé, incluso, que yo me haría a ellos y que, siendo, como eran, tan suaves y tiernos, tendrían que acabar amoldándose a mis hechuras, pese a que éstas pudieran - quién sabe- llegar a considerarse un tanto disformes. Puse en ello todo mi empeño , lo aseguro; y a fe que usé de bastante paciencia .
Si embargo, ignoro por qué extraña razón, resultó imposible. Cada vez me oprimían más. No podía caminar con ellos, me impedían constantemente una marcha normal. Algunas veces tuve que llegar a arrancármelos para poder andar tranquila y volver a sentirme liberada y calmar los malos humores a los que me arrastraba aquella penosa situación.
Finalmente renuncié y los guarde en un rincón de un altillo hasta que, un buen día, los regalé. Quizás otros pies consiguieran de ellos lo que los míos no lograron.
Por eso digo siempre - es inevitable pensarlo, ¿no? - que aquellos zapatos que estrené el día de mi boda para ir a la iglesia vestida de blanco, son una alegoría perfecta del matrimonio.
Mavi