Esto lo escribí hace ya muchos años, cuando Nadia y Gonzalo eran muy pequeños, tal vez cuatro o cinco sólo. No escribí más después. ¡Lástima!.
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Pues, señor, érase que se era una niña que tenía los ojos muy muy grandes y redondos, muy oscuros, y una carita que parecía un pan tierno, y unas manitas regordetas muy acariciadoras. Su mámá la reñía siempre, todo el tiempo, porque enredaba mucho y, además, siempre se caía, rompía cosas sin querer, perdía las bufandas, los muñecos, los cuentos, y hasta los zapatos perdió un par de veces: una en una feria llena de gente, y otra en una carretera oscura - porque ya era de noche - viniendo de la playa. así que unas veces volvía a su casa descalza, otras a medio abrigar....y, ¡claro!, siempre andaba acatarrada. Porque, además, siempre estaba descalza en su casa, y sin bata; y en el colegio se quitaba los zapatos y se metía en los charcos del jardín. Por eso le dolían los oidos, tosía mucho y siempre se le escapaban los mocos, muchos mocos, tanto que los niños y niñas del colegio dieron en llamarla la Mocosa. Naturalmente esto a ella le daba un poco de pena, porque se lo cantaban a coro.
Pero hete aquí que su hermano, que era un poquito - sólo un poquito - más pequeño que ella, porque era el "mediano", la quería mucho y la defendía. La quería mucho porque ella, además de ser su hermana, estaba llena de corazón; era un poco bruta, eso sí, pero muy, muy buena, quería mucho a su hermano y le prestaba los juguetes y le daba besos. Así que él, que era muy bien plantado y bastante chuletilla, la defendía contra quien fuera....hasta el punto de que un día le mandó un derecho a la mandíbula a su amigo Omar y le "murió", porque se atrevió a llamarle mocosa a su hermana.
Sin embargo, ¡ay!, la profesora le regañó por haber pegado a su compañero; y, aunque él le explicó por qué fue, la profesora, como es natural, le dejó un poquito castigado....sólo un poquito, y le perdonó enseguida porque había defendido a su hermana, ya que había demostrado cariño y valor. Y Nadia perdonó a Omar, que aprendió que no hay que insultar ni burlarse de otros niños, y que era mejor tener buenos amigos, como su amigo Talo, y quererse mucho, como los dos hermanos.
Cuando el papá de los dos niños llegó a su casa por la noche, ellos se lo contaron todo, y su papá les dijo que había servido para algo bueno, pues todos habían aprendido ese día una buena lección: que era mejor y muy bonito ayudarse y entenderse unos y otros.
Y colorín , colorado.....este cuento no se ha terminado, porque a la niña con carita de pan y a su hermano el "mil hombres" le ocurrieron muchas más aventuras. Ya las contaremos más despacio, porque son muchas , y muy interesantes todas ellas.
María Zapatón, bruja brujísima, diplomada en brujerias y maldades varias
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